El home office y la epidemia 'workapathic'
Porque yo... ¿no quiero trabajar? —Por Vik Arrieta.
Hola happimessy! Quizás lo notaste, pero el jueves pasado no hubo email. ¿Por qué? Porque esta trabajadora necesitaba descansar para reflexionar, entre otras cosas, sobre lo que nos está pasando con el trabajo y nuestra búsqueda de sentido y de felicidad a través de lo que hacemos: uno de los ámbitos más importantes de nuestra vida. (¡Por eso su contrapunto, descansar, también lo es!)
Trabaje feliz, haga cosas hermosas.
Hace algunas semanas les propuse algunas ideas para repensar “el trabajo soñado” y hoy quiero volver con mi mirada crítica sobre dos situaciones, que a mi entender, se vinculan y nos presentan cambios culturales importantes a observar: la multicausal falta de motivación generalizada en relación al trabajo y el boom del home office, impulsado por la percepción de que trabajar desde casa es “un derecho ganado”.
Hoy sucede en todo el mundo: quienes estuvieron en posición de hacer home office durante la pandemia, todavía se resisten ferozmente a volver a la oficina, y quienes no tuvieron la oportunidad en su momento, lo solicitan como un “beneficio” ahora. En la otra vereda, las empresas están cambiando de opinión: lo que fue una solución en productividad y costos, ya no lo es. Entonces… ¿quién tiene razón?
Este es un tema que me parece fascinante y que voy a seguir investigando en próximos emails. Si te interesa, suscribite y baja la app de Substack para participar fácilmente de las discusiones en comentarios. (A veces me mandan comentarios re lindos por email pero yo no los puedo compartir con todos aquí… ¡y es una pena! Porque me cuentan cosas muy interesantes).
Cuando no queremos ir a trabajar
No todas las personas comparten razones para su necesidad o preferencia de trabajar desde su casa: algunas necesitan esto como un recurso en forma temporal y para otras es un requisito permanente. Para algunas es una solución a la hora de realizar cuidados de otras personas durante todo el día (niños, ancianos y otras personas dependientes), algunas buscan acortar los tiempos de traslado (el famoso commute que, curiosamente, no tiene una palabra de uso común en español). Hay personas que quieren más tiempo para ellas en la semana, para gestionar mejor su salud (ya sea con actividad física o cocinando en casa), para sumar freelos u otras actividades laborales profesionales que generen una segunda fuente de ingreso (y que de esta manera se pueden gestionar “a la par” del trabajo principal… como hizo Jason), para estudiar o practicar un hobby (que a veces puede ser más importante para su felicidad que el trabajo asalariado). Y también sucede que, detrás del pedido de “menos horas de oficina”, a veces se esconde un rechazo al lugar de trabajo y a las personas que allí se encuentran. No estar en un lugar que resulta hostil, es un mecanismo para “bajar el estrés”.
Hoy me quiero detener sobre esto último y sobre todo lo que nos genera un rechazo hacia la situación “oficina”. Me animo a lanzar la hipótesis de que hay una epidemia silenciosa a la que no le estamos prestando atención: casos de apatía que se enmascaran en una nueva rutina que minimiza los intercambios y facilita “esconder” la falta de energía, de atención o el desinterés en las actividades laborales diarias.
Para entenderlo mejor, tenemos que poder identificar qué es la apatía, la abulia e incluso la anhedonia y cuáles son sus síntomas. Es un poco difícil porque todas se parecen, pero hay algunas diferencias:
La anhedonia es la incapacidad de experimentar placer. Quienes la padecen, pierden la capacidad natural para disfrutar (esto ocurre temporalmente en la mayoría de los casos). Y en algunos, se presenta en conjunto con la abulia y apatía.
La apatía se define como una falta de energía, motivación y de deseo de hacer cosas. A diferencia de la anhedonia, la persona sí puede sentir placer, pero no tiene la energía o el ánimo para ejecutar actividades. Puede ser difícil auto-motivarse. Es un síntoma de la depresión. Sin embargo, aunque cuesta mucho arrancar, la persona puede disfrutar las cosas si logra hacerlas. Aunque cuesta mucho más “salir hacia el mundo” (aprender, conocer, experimentar, etc).
La abulia consiste en la falta de voluntad, desinterés o pasividad para ejecutar las actividades diarias. Esto la hace bastante similar a la apatía, con la diferencia de que no se trata de una “falta de energía”, sino de un sentimiento de impotencia para realizar la acción. Por lo tanto, una persona abúlica no puede hacer lo que desea, ni tomar decisiones por sí misma, o siente que no tienen capacidad para hacer algo, o que le resulta bastante complejo hacerlo. También es un síntoma frecuente de la depresión. Esto puede manifestarse con diferentes grados de gravedad, aunque los casos leves son más comunes que los graves. Suele ser más común en personas mayores con trastornos del estado de ánimo y personas con problemas neurológicos (y se ve a menudo como un síntoma dentro de una situación clínica complicada).
Si una persona quiere retraerse del mundo social en función de alguna de estas situaciones, entonces es fundamental realizar una consulta con un psicólogo. Muchas situaciones de apatía son leves y se pueden modificar con cambios de rutina y de conductas.
Una epidemia de apatía
¿Quién no ha sentido, en algún momento de su vida, un terrible hartazgo o aburrimiento con su trabajo? ¿Es eso lo mismo que la apatía? No. Mientras que el hartazgo o el aburrimiento convocan emociones que pueden sentirse fuertes en un momento, la apatía es algo que se instala y que va volviéndose estable en emoción a lo largo del tiempo (le baja el dial lentamente a los sentimientos y todo va importando menos). Mientras que el hartazgo o el aburrimiento son una motivación para provocar un cambio o “hacer algo”, la apatía es la pérdida de motivación para accionar.
Según una nota de Aventis, un centro de Psicología Organizacional:
La apatía en el lugar de trabajo puede ser causada por sentimientos de desesperanza, impotencia, aburrimiento y pérdida de significado. El fatalismo y la impotencia aprendida también matan la motivación: dan como resultado la creencia de que no hay nada que uno pueda hacer para mejorar su propia situación. Abundan las razones para la apatía en el lugar de trabajo, que van desde un ambiente laboral tóxico y un jefe difícil hasta un desajuste entre la política de la empresa y los valores personales, un progreso profesional estancado y un trabajo sin desafíos.
Enfrentar estos obstáculos en el trabajo puede generar la sensación de que sus jefes y colegas no valoran sus ideas y contribuciones. La apatía en el lugar de trabajo también podría deberse a problemas no relacionados con el trabajo, como dificultades con el cuidado de niños o ancianos, dificultades en las relaciones, problemas financieros o legales, o abuso de alcohol y sustancias.
En los últimos años, la situación en pandemia seguida de las crisis económicas y mundiales, nos fueron limitando en la capacidad de dar respuesta a situaciones incómodas o injustas en el trabajo —porque no era fácil cambiar de trabajo por ejemplo—, a la falta de progreso o desafíos —porque las empresas también lidian con recortes y limitaciones—, e incrementaron la necesidad de atender situaciones de cuidado fuera del trabajo con menos recursos —como tener que compartir la computadora con los hijos para que puedan estudiar a distancia durante el encierro— y otros problemas financieros o habitacionales. Si bien algunas situaciones fueron acomodándose pospandemia, el desgaste quedó. (Y varios de estos problemas, por lo menos para la población en Argentina, también permanecieron en la agenda).
Según este informe, la apatía en el lugar de trabajo es contagiosa, en el sentido de que afecta todos los aspectos de la vida: provoca estrés crónico, problemas de ansiedad y depresión. Puede perjudicar las relaciones con los compañeros de trabajo y, generalmente, cambiar de trabajo no resuelve el problema. Por eso es importante identificar qué es lo que está provocando la apatía y tomar las medidas necesarias para superarlo.
La falacia del home office
La pandemia nos trajo este formato de trabajo novedoso que, en mi opinión, abrazamos mundialmente con una “liviandad” que no se merecía. Pero tal como sucedió con la vacuna del Covid, apenas si hubo algo de tiempo para algunas pruebas, por lo que el experimento se lanzó a gran escala y sin prácticamente chances de elegir si queríamos ser parte o no.
Mientras vivimos esos extraños meses en los que no quedaba otra que tratar de seguir funcionando dentro de un paréntesis que era absolutamente contrario a lo que la vida moderna es, no había mucha opción a “trabajar desde casa”: hicimos todo “desde casa”.
Festejar cumpleaños, celebrar funerales, educar niños y mantenernos “fit”. Trabajar era una cosa más en esa lista de “la vida misma” que había que hacer entre 4 paredes. Pero de todas estas cosas, una sola pasó en forma masiva a formar parte de la realidad pospandémica y fue encuadrada en múltiples ocasiones como “un derecho adquirido”: el home office. No intentamos festejar cumpleaños por Zoom, no nos interesó el homeschooling —que siguió existiendo en la proporción que tenía—, tampoco seguimos intentando correr alrededor del living. Pero peleamos ferozmente por tener algún día de “home office” en la semana o no perder los que “logramos”. Pero ¿deberíamos prestar atención a que esto no nació como un logro de los trabajadores, sino como una necesidad de las empresas de mantenerse productivas)? Entonces, ¿por qué peleamos por esto como un derecho adquirido? En mi opinión, porque nos quedó un lío tremendo en relación al lugar que ocupa el trabajo en nuestras vidas y nuestra vida en el trabajo.
En este contexto complejo de borramiento de límites, la apatía se vuelve un peligro muy real. Por eso me parece importante entender por qué queremos transformar nuestra casa en nuestro espacio de trabajo. Es momento de escribir.
Preguntas para journaling (escritura mediativa):
¿Me gusta trabajar en mi casa o realmente necesito hacerlo?
¿Necesito trabajar en casa para resolver una necesidad “operativa” (cuidar a una persona, tener más tiempo para mí, disminuir costos) o porque no quiero estar en la oficina?
¿Me genera ansiedad ir a trabajar? ¿Me cuesta salir de mi casa en general?
¿Me siento mejor anímicamente cuando no estoy en el trabajo o la oficina?
¿Qué es lo que me está costando de ir a trabajar? ¿Con qué tareas tengo dificultades? ¿Existe un patrón reconocible en el tipo de trabajo que me genera rechazo y que no quiero hacer?
¿Hay situaciones que me provocan desgano o pérdida de motivación?
¿Hay personas o compañeros de trabajo que me hacen sentir sin ganas de estar y hacer cosas ahí?
Mi estilo de vida (como por ejemplo las horas que duermo, cómo me alimento o lo que consumo, mi rutina de ejercicio, los lugares que frecuento), ¿están afectando mi nivel de energía o mi capacidad de disfrutar en el trabajo?
¿Hace cuánto tiempo me siento así? ¿Puedo identificar alguna situación que disparó estos sentimientos?
¿Creo que si vuelvo a la oficina todos los días pierdo un beneficio ganado que no voy a poder recuperar si lo necesitó?
¿Hay algo que suceda en la oficina o lugar de trabajo que extrañe cuando estoy trabajando desde casa? (Puede ser algo tan sencillo como vestirse de una forma distinta, frecuentar lugares o compartir el almuerzo con otras personas). ¿Qué tan importante es eso para mi felicidad o mi crecimiento personal?
Desde que trabajo en casa (en forma total o híbrida), ¿noté alguna dificultad para crecer, o mejorar en mi desempeño, o avanzar dentro de la organización?
El objetivo de responder a estas preguntas es lograr, en alguna medida, autoconciencia. Es importante responderlas con sinceridad, se trata de identificar lo que te está pasando.
Poner en palabras lo que sucede es el primer paso. Si lo que sucede levanta alarmas, acudir a un profesional es el mejor paso siguiente. Proponete hacer una consulta como simplemente eso: preguntarle a alguien que puede ayudarte a ver cosas que podés pasar por alto, y que principalmente te puede dar un camino de acción que te ahorre mucho “prueba y error”. Cuando se trata del trabajo, que es nuestra fuente de recursos económicos, no siempre podemos darnos el lujo de buscar la respuesta 100% tanteando por cuenta propia.
¿Y si elijo el home office porque me conviene operativamente?
Elegir trabajar desde casa es 100% una estrategia válida, aunque en mi opinión debería ser una decisión que no vaya por encima de tus posibilidades de crecimiento. ¿Económico? No únicamente, me refiero a un crecimiento personal, que puede ir en tándem con el crecimiento profesional (y este último, si todo funciona bien, con el económico). Hay muchas formas de crecer y evolucionar, también hay formas de crecer desde casa. La tendencia homesteading parece ir en este sentido, impulsando a mucha gente a aprender sobre autosuficiencia energética y alimentaria, lo que sin duda tiene un impacto económico también.
Pero incluso cuando aparecen razones “operativas”, es bueno indagar si realmente las sostenemos porque nos ayudan a cerrar un discurso que justifica que nos quedemos en casita, cuando el trasfondo es realmente emocional.
Por supuesto que no todos los trabajos pueden abrazar una dinámica a distancia. En algunos casos, quizás la solución más conveniente no sea “trabajar desde casa” sino trabajar menos horas o menos días de la semana. Poco a poco, estos formatos aparecen incluso para los trabajos que antes eran invariablemente de 9 a 18. Junto con la discusión del home office, reverdeció la discusión de “la semana de 4 días”. Es un tema más largo que sin duda voy a abordar en un próximo enews.
Cómo superar la apatía laboral
Si sospechás que estás en camino hacia la apatía o querés estrategias para evitarla, estás son las recomendaciones de Aventis:
Recargar energías: tomarse vacaciones cortas, 1 o 2 días son ideales para relajarse y reconsiderar prioridades. No esperar para descansar.
Practicar el cuidado personal en el trabajo: desde tomarse los 15 minutos de recreo y/o el tiempo completo del almuerzo (idealmente al sol), hacer un ejercicio liviano de mindfulness o respiración, mantener el orden del escritorio y buenas rutinas de organización.
Conocer los propios límites: respetar los horarios (5 minutos más se transforman en 15 o en una hora más en la oficina) y saber cuándo rechazar tareas.
Cultivar las relaciones con los compañeros de trabajo: no es necesario que se vuelvan amistades, pero si es importante que los vínculos sean amigables. Darle lugar a actividades sencillas (como compartir un almuerzo, un festejo de cumpleaños o un after office) con los compañeros de trabajo pueden hacer que el tiempo juntos tenga mucho más sentido.
Buscar apoyo en los jefes: comunicar claramente las necesidades y anticipar cómo se verán afectadas las tareas, para que se puedan hacer ajustes consensuados.
Adoptar el trabajo part-time: menos tiempo en la oficina y más tiempo para actividades personales u otro trabajo que diversifique las posibilidades de crecimiento y provea otra fuente de motivación, puede ser la fórmula perfecta para volver a encontrar un balance saludable.
Para seguirla:
La falta de motivación excede al tema del home office, por supuesto, pero el foco siempre está en buscar una solución. ¿Mejores salarios? ¿Trabajar cerca de dónde vivís? ¿Más autonomía para realizar tus tareas? ¿Menos horas? Este tema nos impacta a todos, entonces me parece que para seguirla, lo mejor es escucharnos. ¿Cómo te sentís en relación a este tema? Compartí conmigo y con las otras personas que leen este enews tu experiencia en el tema.
Nos leemos pronto,
Vik
Gracias por poner en palabras y reflexionar sobre esto.
Muchísimas gracias por un escrito tan interesante, las preguntas me han parecido muy valiosas para reflexionar. En mi caso, trabajo por cuenta ajena en un entorno corporate, y teletrabajo un día a la semana. Antes teníamos dos, y me enfadó mucho "el retroceso". Hay varios factores que me hacen preferir estar en casa, pero con tu texto me he dado cuenta de que realmente se podrían solucionar con otras cosas... por ejemplo, el tiempo que tardo en commuting, se vería facilitado si viviese más cerca (o al revés). El tiempo que gano en logística del hogar, o salir más a mi hora, podría ser más bien trabajar menos horas a la semana. Por mi actividad, hago muchas reuniones online, y a veces se siente "tonto" ir a la oficina para estar conectada, pero... ¿realmente son necesarias todas esas reuniones, o simplemente trabajamos de manera ineficiente y sin tomar responsabilidades? Realmente me gusta estar en contacto con los compañeros, bromear, comer juntos, ayudarnos en vivo... aunque también me pesa el ambiente a veces negativo y quejica del departamento. Mi puesto actual y funciones no me gustan mucho, y llevo tiempo queriendo hacer algo más creativo y alineado conmigo. Así que igual no es todo el problema el home-office ;) Gracias