Reserva cognitiva: cómo activarla y proteger tu cerebro
…incluso cuando se enferma de algo irreversible. —Por Vik Arrieta
Hola happimessy! ¿Alguna vez sentiste que tu cerebro te traicionó? Como cuando te olvidás de un dato clave en el peor momento (clave del cajero, no sos vos, soy yo). O quizás te agarraste el dedo con una puerta porque, por alguna razón, tu mente no coordinó con tu mano como generalmente debería. Confiamos en nuestros cerebros como computadoras perfectas y, cuando nos fallan, puede ser desde simplemente “molesto” hasta aterrador.
Los momentos duran segundos, pero las memorias son para siempre… (hasta que te falla la memoria).
Yo tengo una dificultad para recordar nombres (y a veces para matchear cara y nombre). La mente me queda en blanco o peor, confundo gente entre sí. Lo confieso acá y ya si me pasa con ustedes me sabrán disculpar: me cuesta un montón y paso mucha vergüenza por eso. Pero también sé que es una dificultad vinculada a la ansiedad y que mi cerebro es así: nunca me va a acompañar en esto.
Pero… ¿cómo es vivir con una enfermedad en el cerebro que haga que este se vuelva cada vez menos “amigo” y más “palo en la rueda”?
¿Y qué se puede hacer si eso te pasa? Porque, spoiler alert: te puede pasar. Sobre una población de 10 mil mujeres, aproximadamente 23 padecerán Esclerosis múltiple y 195, Alzheimer.
La enfermedad de las mil caras
Hoy 30 de Mayo es el Día Mundial de la Esclerosis Múltiple, una enfermedad que afecta al sistema nervioso central y causa problemas de comunicación entre el cerebro y el resto del cuerpo. Afecta con más frecuencia a mujeres y que se diagnostica generalmente entre los 20 y los 40 años.
Es una enfermedad del tipo autoinmune: el sistema inmunitario ataca a células sanas por error y destruye la mielina, que es la protección de los nervios y actúa como si fuera el revestimiento de un cable eléctrico. Las cicatrices (“esclerosis” en términos médicos) que se generan en la mielina, causan esos problemas de comunicación. No es una enfermedad mortal, ni mental, ni contagiosa, ni hereditaria. Pero no tiene cura.
¿Cuáles son los síntomas? Acá se pone un poco más complicado: no todas las personas tienen los mismos, porque dependen del lugar del sistema nervioso donde ocurre la desmielinización. Por eso se la conoce como la enfermedad de las mil caras. Los más comunes son las dificultades para caminar o mover los brazos, problemas de equilibrio y coordinación, alteraciones en la sensibilidad, sensación de hormigueo, temblor, fatiga, mareos. También puede que sea difícil ver o distinguir colores, controlar esfínteres y el habla, y que se presenten cambios emocionales y cognitivos. Todos estos síntomas tienen una característica adicional: se pueden presentar en forma de recaída y remisión (aparecen síntomas pero después desaparecen) o progresiva (cuando aparecen, no se van). Quienes tienen la fortuna de poder recuperarse de una recaída van perdiendo esta habilidad con el correr de las décadas.
Dos caras de la EM
Le pedí a Carla Grosso y a mi hermano, Martín Arrieta, para que me ayuden a transmitirte de qué se trata la Esclerosis múltiple, en primera persona.
Carla es fotógrafa y comunicadora. Se apoyó en estas habilidades para reivindicar y aceptar su diagnóstico, creando SOMA, una marea emocional. Creó el hashtag #sonriexlaesclerosismultiple, porque entiende a la sonrisa como un armazón para embellecer esta condición y replantearse la vida después de un diagnóstico que, en sus propias palabras, “puede enseñarte y darte oportunidades”.
Martin se enfrentó a su diagnóstico muy joven —19 años— pero su primer recaída fue unos años después, mientras hacía un Master en Administración en España. Es un convencido de que “el frío está en la mente” y sale a pasear a la mascota familiar en musculosa y cortos con 10 grados. Su entrenamiento físico es férreo y lo complementa con una dieta estilo keto. Su disciplina me resulta ejemplar y aunque vista desde afuera su rutina podría generarte ansiedad, es uno de los seres más chill que conozco: aprendió a no hacerse problema por lo que no lo es.
Ambos les encontraron “la otra cara” a una enfermedad que llega con miedo y tristeza bajo el brazo: alrededor de 40% de las personas afectadas sufren algún grado de depresión (que además de terapia psicológica, como muchas veces la depresión es resultado directo de la EM, también hay que acompañar con un tratamiento médico adecuado). La colaboración familiar y entorno es esencial para atravesarlo, pero sin duda el reto más grande recae en la persona con el diagnóstico: ¿cómo hacer convivir dentro del propio cuerpo una enfermedad incurable… con la alegría?
—¿Cómo te enteraste que tenías EM?
Martin: Hace 32 años, un día como el de hoy, en Mayo o Junio (no recuerdo muy bien el día) recibí el diagnóstico de EM. Allá por el 1992, con 19 años, no sabía bien que significaba, no entendía que sucedía, ni que podría suceder en el futuro. El primer síntoma, por lo menos el que pude entender, que algo muy raro que me sucedía (no todos los síntomas son fáciles de observar): comencé a ver doble, lo recuerdo como si fuera hoy. Una lámpara sobre una mesita, y la misma lámpara, arriba a la derecha (spoiler de síntoma: “diplopía”). Lo primero que hice fue ir a ver un oftalmólogo, luego un neurólogo y comenzar estudios: los habituales (sangre), unos que nunca había escuchado (“Potenciales Evocados”), y algunos más que me debo estar olvidando. Aún no existía, o tal vez era muy costoso, pero en esa época no hubo Resonador Magnético. La confirmación fue con la extracción de líquido cefaloraquídeo, y sí… ahí llegó un susto más grande. Luego tuve una reunión con el neurólogo, que me entregó unas hojitas en donde se explicaban algunos temas referidos a la EM que no llegué a entender que significaban. Y cuando fui en busca del medicamento que termine con lo que me pasaba… no... no lo había, no lo hay. Y ahí empezó este camino.
Carla: El 24 de marzo del 2011, me levanté como todos los días para ir a trabajar, pero algo en mi cuerpo no estaba “como todos los días”. Me levanté con un cosquilleo-hormigueo en la comisura del labio y sentía un latido constante que no paraba; y también sentía la oreja como si se hubiese doblado. En un momento pensé que había dormido mal pero pasaba el día y el cosquilleo no se iba. Dejé pasar tres días y fui a la guardia para ver qué me estaba pasando: me revisaron, me hicieron pruebas y luego de varias horas de espera, porque el cosquilleo seguía y no me dejaban ir, me realizaron una resonancia magnética que fue clave. En el informe decía que se encontraban lesiones en la mielina con posible enfermedad autoinmune. Me dijeron que vaya a ver un neurólogo de piso y ahí comenzó el viaje de muchos estudios durante 6 meses hasta llegar al diagnóstico. Entre análisis de sangre, resonancias magnéticas, estudios psicológicos, pruebas de respuesta cerebral a estímulos visuales y la punción lumbar, que fue el último estudio que confirmó la Esclerosis Múltiple.
—¿Qué fue lo primero que te pasó por la mente? ¿Te deprimiste?
Martin: En ese momento, nada. Con 19 años, me decían algo que ni sabía que existía, ni que podía llegar a producir, ni como se podía desarrollar, nada. En los años siguientes, con distintas recaídas, algunas más fuertes que otras, sí me afectaron en mi estado de ánimo.
Carla: Me fui de la guardia sin entender nada y con miedo. Recuerdo que esa noche lloré desconsoladamente toda la noche. Muchas preguntas, mucha incertidumbre, mucho miedo. No veía futuro, no veía nada positivo… hasta pensé que me iba a morir. Tenía un desconocimiento total sobre la enfermedad, nunca la había escuchado en mi vida. El golpe fue duro, no podía hablar con nadie, no podía nombrar a la enfermedad: me llevó casi tres años hacer el duelo y entender la enfermedad. Con ayuda psicológica, la compañía de mi familia y mis amigos fui saliendo y entendiendo un poco mejor.
—¿Qué modificaste en tu rutina cotidiana a partir de ese momento?
Martin: En ese momento, poco y nada. Luego, cuando llegaron algunas recaídas, lo primero que hice fue investigar sobre alimentación e intentar tener un cuerpo saludable, para poder hacerle frente a los cambios que se podían venir. Luego a los 8 o 9 años, profundizando la idea anterior, comencé a investigar como preparar físicamente mi cuerpo y hacerlo más fuerte.
Carla: Traté de que mis rutinas no se modifiquen mucho pero sí empecé a darme más tiempo para hacer las cosas y no colapsar, porque tenía claro que era muy importante para mi salud tomarme las cosas con más calma. Al comienzo, si prestaba mucha atención a todo lo que sentía: desde el dolor de alguna parte del cuerpo hasta en lo emocional, quería ir familiarizándose con la enfermedad y tener más conciencia de lo que me pasaba. En lo que sí se modificó mucho mi rutina fue en todo lo médico: ver a muchos especialistas, conocer especialidades que nunca había escuchado, hacerme muchos estudios y sobre todo la periodicidad en la que tenía y tengo que hacerlo. Pero siempre trato de que la nueva rutina médica tenga algo para compensar: si voy al médico aprovechó para pasear por la zona, cuando me saco sangre desayuno algo rico y así voy transformando lo menos lindo de esta nueva rutina en algo lindo, con premios que me alientan a seguir y me ayudan a pasar esos momentos.
—¿Cómo vivís hoy tu condición de salud?
Martin: Algunos días mejores que otros. Siempre intentando buscar el lado positivo. Sin pensar en lo que fue o lo que es, sigo en el camino de buscar que mi cuerpo siga de la mejor forma posible. Cuando surgen nuevas limitaciones, busco adaptarme y ver la forma de continuar con ellas.
Carla: Rompí el miedo de tener algo en mi cuerpo. Puedo hablar en voz alta, charlar sin miedo, contar cómo navego los días malos y sonreírle a mi nueva amiga: la Esclerosis Múltiple. Ahora estamos juntas para disfrutar de la vida. Por suerte, se encuentra estable en mi cuerpo, no tuve brotes ni recaídas, sigo con el mismo tratamiento desde el día uno.
La enfermedad de la olla incendiada
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que representa la forma más común de demencia. Se caracteriza por la pérdida progresiva de la memoria y de otras capacidades mentales. Es una de las razones más comunes por la cual los abuelos empiezan a tener dependencia: no pueden estar solos porque pierden las llaves, la billetera, lo que acordaste con ellos hace unos minutos, el sentido del tiempo… y se olvidan la olla en el fuego (con el riesgo de incendiar la casa).
La población más afectada son personas mayores de 65 años (y el riesgo sigue aumentando con la edad). Para tener un parámetro, afecta al 5-7% de las personas mayores de 65 años y hasta el 50% de las personas de 95 años o más. ¿Y por qué afecta más a las mujeres? (en un ratio de 1,6:1). Se cree que son dos los factores: que las mujeres viven más tiempo y que los estrógenos, que tienen un efecto protector, disminuyen tras la menopausia.
Aunque existen tratamientos que pueden mejorar los síntomas o ralentizar su progresión, actualmente no hay cura para el Alzheimer. Pero no todo está perdido: la mejor estrategia verificada para defender nuestro cerebro, es la reserva cognitiva. Ya te lo explico.
El estudio de las monjas (Nun Study)
En 1986, el epidemiólogo y profesor de neurología David Snowdon comenzó un estudio longitudinal (a lo largo de un periodo de tiempo) sobre el envejecimiento y el Alzheimer, con una idea genial: tomar como población a 700 monjas. Uno de los problemas de la ciencia es controlar las variables, y en los estudios que implican analizar a muchas personas, es prácticamente imposible… excepto, si se trata de comunidades cerradas con un estilo de vida idéntico y bien definido: en este caso se trató de las Hermanas de Notre Dame. David las convenció de que participaran de este estudio que implicaba hacer una prueba cognitiva anual y, a su muerte, donar el cerebro. Las monjas dijeron que si. Hoy, están los 700 cerebros guardaditos en formol en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio, junto con un fascinante conjunto de datos.
¿Qué descubrieron? Una correlación entre la reserva cognitiva y la capacidad de envejecer “cognitivamente bien” —sin olvidos, síntomas de demencia, etc— pese al estado físico del cerebro, que podía ser coincidente con una enfermedad avanzada. Y esto lo descubrieron gracias a la hermana Mary, que vivió 101 magníficos, activos y felices años. ¿Cómo podía ser que una anciana lograra el puntaje más alto en el test cognitivo hasta su muerte y, al analizar su cerebro post-mortem, pareciera un quesito gruyere? ¿Por qué no se notaban en su vida esos “agujeros”?
Descubrieron algo más que los ayudó a encontrar esta hipótesis: unos ensayos que escribían las monjas al entrar al convento, encarpetados en un sótano. Empezaron a matchear ensayo con cerebro y encontraron que la densidad de ideas (el número de ideas distintivas por cada 10 palabras escritas que contenía cada escrito) era un indicador de posible deterioro a futuro. Tomaron un ensayo que tenía escasa densidad y otro denso, miraron los cerebros correspondientes y validaron la sospecha: la monja que usaba un discurso chato, poco expresivo, sencillo y de pocas palabras, sufrió demencia. La monja que usaba palabras coloridas e ideas complejas y ricas, no. Luego de analizar todo el conjunto de datos, concluyeron que estos ensayos escritos cuando tenían 20 años podían usarse para predecir con una precisión del 85 al 90% qué cerebros desarrollarían la enfermedad de Alzheimer décadas después.
Una reserva de poder para el cerebro
La reserva cognitiva es un concepto —porque todavía no se sabe bien qué correlatos fisiológicos están detrás— que describe la capacidad del cerebro para resistir daños y mantener su funcionamiento normal por un período de tiempo mayor, a pesar de los cambios relacionados con la edad o las enfermedades neurodegenerativas (como Alzheimer, Esclerosis Múltiple, Parkinson, Demencia Fronto-Temporal, enfermedad de Huntington). Tiene que ver con la capacidad de nuestro cerebro para improvisar y encontrar formas alternativas de hacer un trabajo. El cerebro tiene sus mecanismos de plasticidad llamados “reserva cerebral”, que permiten que haya una compensación cuando sufrimos una lesión o un traumatismo y están más relacionados con la capacidad del cerebro para generar nuevas neuronas; pero la “reserva cognitiva” tiene más que ver con los aprendizajes que desarrollamos desde que nacemos. La primera es genética, la segunda se construye a lo largo de la vida. ¿Cómo? Con educación, aprendizaje continuo, actividades mentalmente estimulantes y una vida social activa.
La idea es que un cerebro con una mayor reserva cognitiva puede compensar mejor los daños y seguir funcionando de manera eficiente.
En 2017, un estudio internacional de la revista científica The Lancet sobre la prevención y el cuidado de la demencia encontró que las personas que siguen aprendiendo o formándose durante toda la vida tienen una mayor probabilidad de desarrollar reservas cognitivas adicionales. Pero atenti, que no se trata solo de ir a la Universidad: las actividades recreativas estimulantes parecen tener mucho(y mayor) peso. Y otro detalle: nunca es tarde para empezar.
Algunas ideas para aumentar tu reserva cognitiva:
Aprender a tocar un instrumento, una técnica nueva o idiomas: generás nuevas conexiones sinápticas que favorecerán la plasticidad cerebral.
Leer y escribir: además de ser una distracción del estrés, estimula la concentración, la memoria y las áreas de lenguaje. Una razón más para tener un blog o comprar una novela nueva.
Juegos de mesa, de ingenio y rompecabezas: trabajás capacidades como la organización, la planificación, la toma de decisiones.
Ejercicio físico: además de mejorar la oxigenación y promover la neurogénesis, se trabaja el equilibrio y propiocepción cuando hacemos actividades tipo pilates, yoga, bicicleta, tai chi, etc.
Cambiar rutinas o viajar: para renovar caminos neuronales a veces basta variar la ruta que elegimos para volver a casa. Y si podemos meter viajecitos variados y desafiantes, mejor.
Ver a los amiguis: la vida social nos hace trabajar en nuestra capacidad de lenguaje, atención y memoria.
Para seguirla
Carla es de capricornio y sensible, le gusta bailar con locura y cantar por la calle. Le gusta observar y dejar una huella de los momentos que vive, para hacerlos eternos. La pueden seguir @soma.e.m y en unamareaemocional.com
Fuentes: Información Fleni, ALCEM, Asociación de Lucha contra la Esclerosis Múltiple, Clínica Mayo, BBC, CDINC Barcelona, Infobae, La Nación, entrevista y textos de Carla Grosso y Martín Arrieta.
Fotografía de Carla: Gonzalo Enríquez
¡Hasta el próximo jueves!
Vik
Mi abuelita murió de Alzheimer, así que viví muy de cerca la enfermedad. Yo era pequeña, no entendía mucho, pero siempre me despertó la curiosidad y eso me ha llevado a leer un montón sobre neurociencia/enfermedades neurodegenerativas y cómo prevenirlas.
Recomiendo los libros de Max Lugavere: Genius Foods y Genius Life.
Otro que leí recientemente es The Source de la Dra. Tara Swart. Es muy interesante!
Gracias Vik por hablar siempre de temas importantes. Abrazo!