Festival del tribus: así nació BADA
Detrás de la escena artística también hay tribus: la feria BADA reúne a 300 artistas independientes, consagrados y emergentes. Un movimiento monumental de obras y personas que se encuentran bajo el mismo techo por 4 días, generando vínculos y transformaciones que duran todo el año… o toda la vida.
—Por Micaela Mendelevich, artista de BADA e historiadora del arte
Crónica de mi primer BADA
Ese atardecer de agosto más cálido de lo habitual fue brillante. Caía la tarde y el montaje recién comenzaba. En La Rural siempre está todo ocupado con ferias hiper multitudinarias y solo dan un día para el montaje. Esa misma mañana bien temprano habían colocado los paneles de Durlock dividiendo cada espacio para que los artistas, que podían ingresar desde las seis de la tarde y quedarse hasta terminar, colgaran sus obras en los cubículos blancos. En el estacionamiento desde decenas de autos se descargaban lienzos tapados con telas, enormes esculturas, marcos de todos los tamaños y muebles para darle forma al “bolichito” de cada artista.
Además de un ritmo acelerado y excitado había en el ambiente algo familiar. A mí me acompañaba mi mamá. No era la única haciendo dupla con madre o padre. Las dos, risueñas y expectantes, llevábamos mis dibujos y mientras charlábamos con los vecinos. “¿Es tu primer BADA?”. Algunos se compartían consejos, otros se saludaban como viejos vecinos.
@mendelevicha
Caminamos buscando nuestro stand (mí stand, pero los pronombres posesivos con las mamás se difuminan). Era como recorrer pasillos de un inmenso hotel sin puertas. Nos asentamos en nuestro número (no recuerdo cuál era, este año me toca el 160). Cada artista estaba concentradísimo en su tarea. Nadie elevaba la voz, no había nervios. Parecía la construcción de un depósito nuclear. Sólo que no, porque el clima era amable. Y mágico.
Soy historiadora del arte, trabajé quince años en museos. En el Museo Saavedra, en el Larreta y en el de Arte Moderno. No sé en cuántos montajes estuve pero fueron varios. Muchas veces para hacerme unos pesos extra laburé en ferias de arte: en Buenos Aires Photo, en Expotrastiendas y varias ArteBA (las galerías suelen contratar estudiantes o jóvenes recibidos para atender los stands, vender obra, hablar con el público). En ninguno de los que estuve viví un clima como este. Es cierto que para mí era especial porque esta vez estaba como artista, pero no era solo eso. O sí era eso, pero multiplicado por trescientos. En cada cubículo blanco había alguien acomodando prolijamente sus propias creaciones. Ese acto de auto exhibicionismo consciente emanaba un no sé qué verdaderamente especial.
La de ese agosto fue la décima edición. La visitaron más de 80 mil personas. Yo vendí todo lo que había llevado. Este jueves, el 24 de agosto de 2023, se inaugura la edición número 11. Ya tengo las cajas en el auto y a mi mamá otra vez dispuesta a comer un sanguche frío a las doce de la noche mirando cómo nos quedó la colgada.
Así nació BADA
Ana Spinetto sabe lo que hace. Nunca la vi ponerse nerviosa. Camina por los pasillos grises aún despoblados saludando a todos los artistas. Es cálida, siempre amable, jamás grita (si parezco sorprendida es porque habitualmente en los montajes algún grito vuela). Ana es la creadora de BADA, Buenos Aires Directo de Artista. Es una gran arengadora.
En el discurso inaugural y en el de cierre siempre repite algo: créanselo. Hay como un ruego en su pedido: suplica que nos llamemos artistas, que conquistemos esta palabra sin necesidad de recibir la etiqueta de afuera. A varios se nos hace un nudo en la garganta cuando la escuchamos.
@mendelevicha sobre ana spinetto, creadora de bada
Hace veinte años a Ana se le murió el marido, una noche cualquiera, durmiendo con ella en la cama y con sus hijos en el cuarto de al lado, en su casa de Pilar. Cuando me lo cuenta en sus lágrimas no hay rastro de que hayan pasado dos décadas. Esa muerte, sin embargo, le dio una nueva vida. Ana pintaba, iba al taller de Juan Roffo. Me cuenta que pintaba lo que quería, no lo intelectualizaba demasiado. Le daban ganas de pintar algo y lo hacía. Sus amigas le empezaron a comprar obras, luego las amigas de sus amigas. Recibía encargos. Qué felicidad. Todos los que alguna vez pasamos por ese momento sabemos de qué se trata. No es la plata (solamente) sino la validación que produce. La profesionalización.
Una muestra en una galería no te convierte en artista. Vender tu obra sí (además del extraordinario placer que produce poder entrar sin culpa a esos antros de la perdición que son las librerías artísticas, con la felicidad de saber que tenés que comprar material para seguir pintando).
@mendelevicha
Vuelvo para atrás: Ana pintaba, y vendía dentro de su círculo, hasta que se fue a vivir a Estados Unidos con sus hijos y su marido. Cuando llegó a Miami se quedó sin su círculo de compradores y descubrió unas ferias callejeras de arte. Son bastante típicas de Estados Unidos y hay en todas las ciudades grandes. Suelen hacerse al aire libre, con gazebos blancos, muy prolijas y bien organizadas. Ana recorrió todas en un Volvo destartalado. Funcionaba muy bien, vendía y notó que los artistas que estaban fuera del circuito típico con estas ferias tenían una salida laboral.
El circuito típico: los museos, las galerías de arte, las ferias y bienales. Allí los artistas son sólo un eslabón. Hay un sociólogo, que leí en la facultad, que dice que arte es todo lo que los hombres llaman arte. Pero no cualquier hombre (léase aquí también mujer, o tal vez, sobre todo mujer) sino los galeristas, los críticos, los directores, los curadores. Ellos deciden quién sí y quién no pasará el umbral de ser considerado artista. Por supuesto que más allá de la dedocracia, el tiempo termina jugando un papel fundamental en el asunto. Con lógica de mercado estos iluminados inflan o desinflan, guardan o exhiben, foguean o apagan. Son los dueños de los lugares de exhibición, son los jurados de becas, premios y posgrados, son los funcionarios públicos que manejan las instituciones culturales relacionadas con las artes plásticas. En BADA no hay ninguno de ellos. No existen. No están.
Ana volvió de Estados Unidos y al poco tiempo su vida cambió para siempre en una noche. Se cayó al fondo del abismo de la tristeza. Pintó. Pintó cosas oscuras que nadie quiso comprar. Y un día, Ana se levantó con una idea: fabricar lo que había conocido en Estados Unidos pero en la escena porteña. Lo único que cambiaría sería que debía ser en un lugar cerrado, enseñanza que le dio el padecimiento del sol y el frío bajo los gazebos americanos. Su sueño era crear una feria que conectase a los creadores con compradores que disfrutan del acto de adquirir un lienzo, una escultura, una pintura, un dibujo sin ser coleccionistas, donde los artistas se validen a sí mismos con las lógicas terrenales de la oferta y la demanda (que, repito, porque es verdaderamente importante, es la lógica que permite volver a comprar pomos de acuarela importados cuando se acaban, para seguir pintando pero también poder pagar la cuenta del gas).
Pasó una década y media y aquel anhelo se convirtió en cuatro días por año de vorágine y felicidad. Estamos en el Olivos Center, el salón donde se entregan credenciales. Ana está vestida de blanco, algo cansada porque no para de ir a programas de radio y de televisión. Su marido, me cuenta, trabajaba en ESPN haciendo un programa sobre Ski. Después de producirlo un año ella se lo vendió a ESPN y con esa plata armó el primer BADA (al principio con otro nombre y luego varios años en Espacio Pilar). En el 2015, una vez que el circuito estaba armado y funcionaba, cumplió el sueño de hacerlo en La Rural. Hoy también produce BADA España y BADA México. Esta edición número once sucederá en medio de un país convulsionado. Pero esto es Argentina y no es la primera vez. A Ana no le preocupa especialmente. Otras veces pensó que la crisis económica haría estragos con la feria y no pasó. Admiro su temple.
La tribu BADA
Es sábado a la mañana, quedan cuatro días para el montaje. Cuando entro al salón de Olivos de las acreditaciones, todos estamos un poco nerviosos, como si fuésemos actores esperando a ser llamados para un casting. Hay medialunas y charlas con viejos vecinos de pasillos. Algunos participan de la feria desde hace años, otros son nuevos y se pasan consejos.
Pienso que todos los que estamos ahí somos parte del mismo club de fútbol. Compartimos algo que nos separa del resto. Tenemos esta irrefrenable necesidad del hacer. Algo invisible nos une.
@mendelevicha
Yo misma tenía prejuicios sobre las ferias de arte. No los tengo más. He sido evangelizada por esa noche de agosto en la Rural hace un año. Esta vez en el predio histórico no habrá vacas, ni maquinaria agrícola, ni cochecitos de bebé, ni chocolate, ni galerías de arte. Habrá más de 300 artistas parados al lado de su obra. Mostrándose. Mostrándola. Conquistando, al menos por un rato, la posibilidad de ser artista. Ese fenómeno no se da en ningún otro espacio cultural de Buenos Aires. Es raro, es diferente, es revolucionario. Vale la pena.